Viernes, Abril 18.

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Poema a Plasencia Gabriel y Galán

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A PLASENCIA

Toda ciudad es dichosa 
si tiene historia gloriosa,
bellos campos, cielo hermoso, 

vida honrada y laboriosa,
puro instinto religioso.


Sabios hombres que admirar,

 joyas de arte que lucir, 

bellas mujeres que amar,
patriotismo que sentir 

y caridad que imitar.

¡Vieja ciudad de los Fueros!


Tu historia cuenta legiones 

de gentiles caballeros, 
valentísimos varones 

y denodados guerreros.

Tus bellos alrededores sembró 

la Naturaleza de cuadros multicolores,
contrastes encantadores que hacen

 mejor tu belleza.

Y eriales tienes baldíos,

 y olivares pintorescos,
y peñascales bravíos 

y edénicos huertos frescos,
y precipicios sombríos, 

y una vega amena y grata
que riega amoroso el Jerte,

 cuya corriente de plata
parece que se dilata por si 

en ella quieres verte.

Y son en tan bella tierra 

tan hermosos cielo y suelo,
que tu horizonte se cierra

 con un pedazo de sierra
que es un pedazo de cielo.


Plasencia: para expresarte 

lo deliciosa que eres,
bastaba con recordarte 

tus bellísimas mujeres,
tus maravillas del arte.


Plasencia: tu historia honrosa

 me ha dicho que eres gloriosa,
y mis ojos al mirarte me dicen 

que eres hermosa,
que eres digna de cantarte.


Mas yo no sé si hoy tu vida 

es la vida indiferente
de todo pueblo suicida, 

o es vida sana y potente
de ricas savias henchida.


Vida pujante y briosa,

 con cultura vigorosa
y actividades geniales
¡La vida brava y nerviosa 

de un pueblo con ideales!
No sé si tú los tendrás,

 pero supongo que sí,
pues no tan loca serás,

 que ignores adónde vas
 o mueras dentro de ti.

Pueblo que duerme es suicida,

 y yo no puedo creer que estés
 pasando la vida
lánguidamente dormida 

sobre tus glorias de ayer.

¡Sueño loco, sueño vano,
del amor con que te mira 

un rimador castellano,
 que de su bárbara lira
te hace oír el canto llano!


Pueblo que tiene tu historia 

debe estar siempre despierto,
y fresco está en la memoria 

el recuerdo de una gloria
que dice que tú no has muerto.


Un día..., 

¡qué infausto días!...,
la pobre Patria venía llorando 

horribles traiciones,
con la bandera en jirones

 y el honor en la agonía.

Loca, inerme, macilenta, 

llorando a gritos la afrenta
que le hizo la iniquidad, 

llegó a tus puertas hambrienta,
llamando a la caridad.


Y un grupo de caballeros,

 heraldos de la hidalguía
de la ciudad de los Fueros, 

oyó los sollozos fieros
con que la Patria gemía.


 Y al frente de mucha gente 

de esa que trabaja y calla,
de esa a quien llama canalla

 la casta más decadente
que en las historias se halla,

 salió a tus puertas gritando:

-¡Ábranse pronto esas puertas,
que está la Patria llamando, 

y siempre han estado abiertas
para el que viene llorando! 

Y abrió el amor en seguida
tus puertas, noble ciudad, 

y entró la Patria afligida,
que en brazos se echó rendida 

de tu hermosa Caridad.
¡Vieja ciudad de los fueros!


Sin alardes pregoneros,

 han dicho bien lo que eres
tus patriotas caballeros, 

tus compasivas mujeres.

¡Plasencia! La lira oscura 

de un rimador sin grandeza
no intentará la locura de ensalzar 

tanta nobleza,
de cantar tanta hermosura.


Objeto tan sobrehumano como 

el de tus maravillas,
es de un Himno soberano;

 no de las ruines coplillas
de un rimador castellano.


¡Funde un genio de la Historia

 que eternice tu memoria
y haga tu gloria completa!
¡Engendra el hijo poëta
que sepa cantar tu gloria!


¡Plasencia: bien has ganado

 tu derecho de vivir!
Tienes glorioso pasado, 

tienes un presente honrado:
¡Dios te dé buen porvenir!

Gabriel y Galán, José María

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