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    Poema a Plasencia Gabriel y Galán

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    A PLASENCIA

    Toda ciudad es dichosa 
    si tiene historia gloriosa,
    bellos campos, cielo hermoso, 

    vida honrada y laboriosa,
    puro instinto religioso.


    Sabios hombres que admirar,

     joyas de arte que lucir, 

    bellas mujeres que amar,
    patriotismo que sentir 

    y caridad que imitar.

    ¡Vieja ciudad de los Fueros!


    Tu historia cuenta legiones 

    de gentiles caballeros, 
    valentísimos varones 

    y denodados guerreros.

    Tus bellos alrededores sembró 

    la Naturaleza de cuadros multicolores,
    contrastes encantadores que hacen

     mejor tu belleza.

    Y eriales tienes baldíos,

     y olivares pintorescos,
    y peñascales bravíos 

    y edénicos huertos frescos,
    y precipicios sombríos, 

    y una vega amena y grata
    que riega amoroso el Jerte,

     cuya corriente de plata
    parece que se dilata por si 

    en ella quieres verte.

    Y son en tan bella tierra 

    tan hermosos cielo y suelo,
    que tu horizonte se cierra

     con un pedazo de sierra
    que es un pedazo de cielo.


    Plasencia: para expresarte 

    lo deliciosa que eres,
    bastaba con recordarte 

    tus bellísimas mujeres,
    tus maravillas del arte.


    Plasencia: tu historia honrosa

     me ha dicho que eres gloriosa,
    y mis ojos al mirarte me dicen 

    que eres hermosa,
    que eres digna de cantarte.


    Mas yo no sé si hoy tu vida 

    es la vida indiferente
    de todo pueblo suicida, 

    o es vida sana y potente
    de ricas savias henchida.


    Vida pujante y briosa,

     con cultura vigorosa
    y actividades geniales
    ¡La vida brava y nerviosa 

    de un pueblo con ideales!
    No sé si tú los tendrás,

     pero supongo que sí,
    pues no tan loca serás,

     que ignores adónde vas
     o mueras dentro de ti.

    Pueblo que duerme es suicida,

     y yo no puedo creer que estés
     pasando la vida
    lánguidamente dormida 

    sobre tus glorias de ayer.

    ¡Sueño loco, sueño vano,
    del amor con que te mira 

    un rimador castellano,
     que de su bárbara lira
    te hace oír el canto llano!


    Pueblo que tiene tu historia 

    debe estar siempre despierto,
    y fresco está en la memoria 

    el recuerdo de una gloria
    que dice que tú no has muerto.


    Un día..., 

    ¡qué infausto días!...,
    la pobre Patria venía llorando 

    horribles traiciones,
    con la bandera en jirones

     y el honor en la agonía.

    Loca, inerme, macilenta, 

    llorando a gritos la afrenta
    que le hizo la iniquidad, 

    llegó a tus puertas hambrienta,
    llamando a la caridad.


    Y un grupo de caballeros,

     heraldos de la hidalguía
    de la ciudad de los Fueros, 

    oyó los sollozos fieros
    con que la Patria gemía.


     Y al frente de mucha gente 

    de esa que trabaja y calla,
    de esa a quien llama canalla

     la casta más decadente
    que en las historias se halla,

     salió a tus puertas gritando:

    -¡Ábranse pronto esas puertas,
    que está la Patria llamando, 

    y siempre han estado abiertas
    para el que viene llorando! 

    Y abrió el amor en seguida
    tus puertas, noble ciudad, 

    y entró la Patria afligida,
    que en brazos se echó rendida 

    de tu hermosa Caridad.
    ¡Vieja ciudad de los fueros!


    Sin alardes pregoneros,

     han dicho bien lo que eres
    tus patriotas caballeros, 

    tus compasivas mujeres.

    ¡Plasencia! La lira oscura 

    de un rimador sin grandeza
    no intentará la locura de ensalzar 

    tanta nobleza,
    de cantar tanta hermosura.


    Objeto tan sobrehumano como 

    el de tus maravillas,
    es de un Himno soberano;

     no de las ruines coplillas
    de un rimador castellano.


    ¡Funde un genio de la Historia

     que eternice tu memoria
    y haga tu gloria completa!
    ¡Engendra el hijo poëta
    que sepa cantar tu gloria!


    ¡Plasencia: bien has ganado

     tu derecho de vivir!
    Tienes glorioso pasado, 

    tienes un presente honrado:
    ¡Dios te dé buen porvenir!

    Gabriel y Galán, José María

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