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    El carbonero...Profesiones y oficios desaparecidos

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    El carbonero. Un oficio peligroso muy común en zonas rurales


    Ya se ocultó la Luna
    Ya ha abierto su
    Ventana la piconera
    Y el piconero va
    a la sierra catando
    con un lucero.



    El “Tío José Barriga” de Malpartida de Cáceres
    pasaba por las calles vendiendo picón para los braseros.

    “PICONEROS ¿No los recordáis?

    Bajaban por Gómez Becerra, la Ronda del Carmen y la 
    Avenida de España arrebujados en sus renegridas mantas o cubriendo
     con sacos sus cabezas a modo de capuchas cuando la lluvia arreciaba

    Salían de Malpartida bajo el cielo estrellado cuando nosotros, niños,
     nos encontrábamos en el mejor de los sueños, calentitos en nuestras
     camas, mientras en la calle, el termómetro se hundía bajo cero.

    Arreando a sus burros cargados y teñidos como ellos del
     negro polvo, embocaban las calles de Cáceres con sus cargas de buen
     picón de jaras para los braseros y de carbón de encina para aquellas
     cocinas de sopla que te sopla, gritando al alba cacereña : ¡A picón quieeen¡

    Aún hoy , cuando acuden a mi memoria se me encoge el alma 
    y hace que
     como extremeño me sienta orgulloso de aquella gente, recia como las 
    encinas que a golpe de hacha, debían podar para carbonear su leña.

    ¡Qué hombres¡
    ¡Qué calidad humana y qué resistencia¡
    Daría cualquier cosa por poder charlar con alguno de ellos
     a estas alturas de la vida para rendirles mi homenaje más sincero.

    Recorrían a pie los 12 kilómetros que separan a Cáceres de Malpartida
     en más de 3 horas de duro caminar. Partían del pueblo hacia las 5 
    de la madrugada para estar en Cáceres al amanecer, ofreciendo a las
     amas de casa su producto elaborado a la intemperie en las serranas 
    dehesas cacereñas.

    ¡Cuánto frío nos quitaron aquellos piconeros a los niños cacereños
     en los años 30, 40, 50 …
    Sus caras tiznadas no permitían reconocer sus fisonomías, resaltando
     tan sólo entre tanta negrura, el blanco de sus ojos.

    Sus pies, calzados con abarcas fabricadas con trozos de cubiertas
     de automóviles- sin calcetines a veces- dejaban ver la mugre 
    acumulada de días y días de duras jornadas de trabajo y
     de peregrinar por la carretera.

    Sus manos, agrietadas por el frío o con impresionantes sabañones
     en sus dedos, les alejaban de toda condición humana; pero bajo 
    aquella manta o capucha renegrida, siempre iba un padre de familia al 
    que el hambre de sus hijos le hacía esforzarse hasta el límite de lo imposible.

    Algunas veces debían soportar las críticas de las mujeres que 
    ajenas al esfuerzo que para ellos representaba llenar aquella lata 
    de picón, le reprochaban el haber encontrado algún tizón en el brasero…
    y todo al precio de una peseta la lata.

    Camino del colegio me los encontraba por San Pedro y los veía 
    como a seres desfavorecidos o más bien como pordioseros ambulantes
     y sin rendirme cuenta de su extraordinaria labor pasaba a su lado 
    sin tan siquiera dirigirles una mirada de agradecimiento.

    A ellos les debía la agradable sensación mezcla de frío y calor de
     mis sábanas al introducirme en mi cama o el indescriptible placer y
     calidez de una camilla con brasero de picón durante mis horas de estudio.

    Les veíamos pasar de regreso- terminada la venta de sus cargas 
    sujetando con el pulgar un trozo de tocino sobre pan candeal y 
    navaja en ristre, para recuperar energías y enfrentarse de nuevo a las 
    2 leguas largas que debían recorrer hasta su casa…
    y al día siguiente, vuelta a empezar.

    Siento una viva emoción al recordarlos y desde aquí les expreso
     mi admiración y agradecimiento por todo el frío que me quitaron 
    en aquellos terribles y crudos inviernos extremeños, pero también debo 
    confesar mi vergüenza como cacereño, al ver de qué manera dilapidamos
     nuestras oportunidades de reconocimiento a aquellos hombres de
     extraordinaria fortaleza, cuando veo como las flamantes rotondas de
     entrada a la capital por su ruta, se “adornan” con esas esculturas de
     dudoso gusto o paralepípedos multicolores de ignoto significado.

    ¿No estaremos perdiendo los valores que aquellos piconeros 
    extremeños nos enseñaron con su sacrifico poco o nada reconocido?
     ¿Es que cuesta tanto el fijarnos más en lo nuestro y en quienes nos 
    dieron un buen ejemplo? Otras ciudades lo hacen, imitémoslas y
     cada día nos sentiremos más orgullosos de nuestra tierra extremeña.

    Pablo Romero Montesino-Espartero

    Lugar donde se tomó: Calle Caleros

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