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    miércoles, 5 de junio de 2024

    LA NACENCIA: Luis Florencio Chamizo Trigueros


    LA NACENCIA

    I

    Bruñó los recios nubarrones pardos
    la luz del sol que s´agachó en un cerro,
    y las artas cogollas de los árboles
    d´un coló de naranjas se tiñeron.

    A bocanás el aire nos traía
    los ruídos d´alla lejos
    y el toque d´oración de las campanas
    de l´iglesia del pueblo.

    Ibamos dambos juntos, en la burra,
    por el camino nuevo,
    mi mujé mu malita,
    suspirando y gimiendo.

    Bandás de gorriatos montesinos
    volaban, chirrïando por el cielo,
    y volaban pal sol qu´en los canchales
    daba relumbres d´espejuelos.

    Los grillos y las ranas
    cantaban a lo lejos,
    y cantaban tamién los colorines
    sobre las jaras y los brezos,
    y roändo, roändo, de las sierras
    llegaba el dolondón de los cencerros.

    ¡Qué tarde más bonita!
    ¡Qu´anochecer más güeno!
    ¡Qué tarde más alegre
    si juéramos contentos!...
    - No pué ser más- me ijo- vaite, vaite
    con la burra pal pueblo,
    y güervete de priesa con l´agüela,
    la comadre o el méico -.

    Y bajó de la burra poco a poco,
    s´arrellenó en el suelo,
    juntó las manos y miró p´arriba,
    pa los bruñíos nubarrones recios.

    ¡Dirme, dejagla sola,
    dejagla yo a ella sola com´un perro,
    en metá de la jesa,
    una legua del pueblo...
    eso no! De la rama
    d´arriba d´un guapero,
    con sus ojos roendos
    nos miraba un mochuelo,
    un mochuelo con ojos vedriaos
    como los ojos de los muertos...
    ¡No tengo juerzas pa dejagla sola!
    ¿pero yo de qué sirvo si me queo?

    La burra, que rroía los tomillos
    floridos del lindero
    carcaba las moscas con el rabo;
    y dejaba el careo,
    levantaba el jocico, me miraba
    y seguía royendo.
    ¿Qué pensará la burra
    si es que tienen las burras pensamiento?

    Me juí junt´a mi Juana,
    me jinqué de roillas en el suelo,
    jice por recordá las oraciones
    que m´enseñaron cuando nuevo.
    No tenía pacencia
    p´hacé memoria de los rezos...
    ¿Quién podrá socorregla si me voy?
    ¿Quién va po la comadre si me queo?

    Aturdio del tó gorví los ojos
    pa los ojos reondos del mochuelo;
    y aquellos ojos verdes,
    tan grandes, tan abiertos,
    qu´otras veces a mí me dieron risa,
    hora me daban mieo.
    ¿Qué mirarán tan fijos
    los ojos del mochuelo?

    No cantaban las ranas,
    los grillos no cantaban a lo lejos,
    las bocanás del aire s´aplacaron,
    s´asomaron la luna y el lucero,
    no llegaba, roändo, de las sierras
    el dolondón de los cencerros...
    ¡Daba tanta quietú mucha congoja!
    ¡Daba yo no sé qué tanto silencio!

    M´arrimé más pa ella;
    l´abrasaba el aliento,
    le temblaban las manos,
    tiritaba su cuerpo...
    y a la luz de la luna eran sus ojos
    más grandes y más negros.

    Yo sentí que los míos chorreaban
    lagrimones de fuego.
    Uno cayó roändo,
    y, prendío d´un pelo,
    en metá de su frente
    se queó reluciendo.
    ¡Qué bonita y qué güena!
    ¿quién pudiera sé méico?

    Señó, tú que lo sabes
    lo mucho que la quiero.
    Tú que sabes qu´estamos bien casaos,
    Señó, tú qu´eres güeno;
    tú que jaces que broten las simientes
    qu´echamos en el suelo;
    tú que jaces que granen las espigas,
    cuando llega su tiempo;
    tú que jaces que paran las ovejas,
    sin comadres, ni méicos...
    ¿por qué, Señó, se va morí mi Juana,
    con lo que yo la quiero,
    siendo yo tan honrao
    y siendo tú tan güeno?...

    ¡Ay! qué noche más larga
    de tanto sufrimiento;
    ¡qué cosas pasarían
    que decilas no pueo!
    Jizo Dios un milagro;
    ¡no podía por menos!

    II

    Toito lleno de tierra
    le levanté del suelo,
    le miré mu despacio, mu despacio,
    con una miaja de respeto.
    Era un hijo, ¡mi hijo!,
    hijo dambos, hijo nuestro...
    Ella me le pedía
    con los brazos abiertos,
    ¡Qué bonita qu´estaba
    llorando y sonriyendo!

    Venía clareando;
    s´oïan a lo lejos
    las risotás de los pastores
    y el dolondón de los cencerros.
    Besé a la madre y le quité mi hijo;
    salí con él corriendo,
    y en un regacho d´agua clara
    le lavé tó su cuerpo.
    Me sentí más honrao,
    más cristiano, más güeno,
    "bautizando" (*) a mi hijo como el cura
    bautiza los muchachos en el pueblo.

    Tié que ser campusino,
    tié que ser de los nuestros,
    que por algo nació baj´una encina
    del camino nuevo.

    Icen que la nacencia es una cosa
    que miran los señores en el pueblo;
    pos pa mí que mi hijo
    la tié mejor que ellos,
    que Dios jizo en presona con mi Juana
    de comadre y de méico.

    Asina que nació besó la tierra,
    que, agraecía, se pegó a su cuerpo;
    y jue la mesma luna
    quien le pegó aquel beso...
    ¡Qué saben d´estas cosas
    los señores aquellos!

    Dos salimos del chozo,
    tres golvimos al pueblo.
    Jizo Dios un milagro en el camino:
    ¡no podía por menos!

    Luis Florencio Chamizo Trigueros
    (Guareña 1894 – Madrid 1945)


     

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